lunes, 11 de enero de 2010

Restaurant LOS HIJOS DE PUTA atendido por sus propios dueños

La crisis en el mundo ha logrado convertir a los habitantes de cualquier ciudad en osados aventureros. Imitando a los Bárbaros y Vikingos, el vulgar citadino se prepara para enfrentar el peligro en cualquiera de sus formas y en los momentos más inesperados.
Un sábado a la noche como cualquier otro, 2 valientes guerreros estaban con hambre y salieron en busca de un restaurant. Y caminando al azar encontraron la boca del lobo.

"Cervantes II" figuraba en un cartel luminoso no muy pintoresco (de hecho el II eran en realidad un cuchillo y un tenedor), pero la muchedumbre multicultural que ocupaba hasta la última mesa invitaba a entrar. Después de todo, siempre creí que taaanta gente no puede estar equivocada y que seguir a la masa sin cuestionarla es la opción más inteligente del universo.

Desenfundamos nuestras espadas y, espalda con espalda, entramos lentamente hacia la neblina. Una vez ahí fue necesario analizar el quilombo de gente unos 10 minutos hasta que comprendimos que debíamos esperar en fila hasta que una criatura humanoide cubierta de muchos, muchos pelos nos guiara a nuestro lugar.

Dicho y hecho, nos sentamos al lado de la fila de la rotisería para lo cual teníamos de centro de mesa el CULO INMENSO Y DEFORME de una especie de gorila hembra. Al estar distraidos buscando al mozo somos sorprendidos por detrás por el grito de un clon exacto de Sandro, si fuese un Orco. Arrojó violentamente un mantel sobre la mesa seguido de la carta, las cuales esquivamos por un pelo al rodar hacia un costado.

Al explorarla nos dimos cuenta que la comida era MUY barata. Sospechosamente. Pero pensamos que por ahí algún día nos pisa un camión y pedimos los platos más gourmets que encontramos: milanesa de mono con una banana rebozada para mi y arroz con algún tipo de ave enterrada de cabeza en el plato para mi compañero.

No sólo aún seguimos con vida sino que comimos hasta estallar. Literalmente. Fue necesaria una visita al baño por parte de mi compañero. A su regreso sólo mencionó una cosa: "Es la entrada al INFIERNO". Cuando superó el shock habló de una escalera oscura que baja, manchas rojizas por todos lados y que no se animó a entrar.

Ya era hora de irse y pagar el tributo, así que esgrimimos el gesto de "mozo, la cuenta" a Sandro, quien masculló un gruñido inentendible. Huímos despavoridamente temiendo por nuestras vidas por haber sido envenenados, pero aquí me tienen.

En resumen, comida abundante y barata, ideal para llevar a su amigo judío o a un enemigo hipocondríaco. No será kosher, pero qué precios!

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